Ya me he referido a este asunto en algún post anterior, pero
el hecho de ser actualidad permanente, y sobre todo su importancia capital, me
llevan a opinar sobre las formas de alimentar, o no, a la población mundial.
Esta vez voy a poner el foco en el papel que están jugando
las autoridades. Y aquí nos topamos de inicio con los diferentes sistemas
políticos vigentes. Quiero centrarme en los que rigen esos países bautizados
como “primer mundo”, básicamente Norteamérica, la Europa de los 28 y algunos
sudamericanos, aunque no conviene olvidarse de otros –asiáticos– que también
tienen mucho que decir al respecto.
La Democracia, en sus diversas variantes, es el régimen
político del que presumen (insisto que dejo a un lado Asia) este grupo de
países. Se jactan de elegir sus gobernantes, de que estos a su vez escuchan la
voz del pueblo... En definitiva, se dice actuar respetando la opinión
mayoritaria.
¿Realmente es así? ¿Por qué, entonces, hay multinacionales
que financian abiertamente campañas políticas en EEUU? Esto, que se conoce en
la primera potencia económica mundial, ¿no sucede a su escala en otros países
que no están allende los mares? La respuesta parece obvia.
Hay poderes que legislan, otros que dicen hacer justicia.
Pero el poder final de decisión, ¿dónde se encuentra? Un político al que una empresa
apoya para llegar a su objetivo, ¿tiene las manos limpias y ser capaz de dictar
leyes que disgusten a quien financió su campaña? Por ejemplo, un dirigente que
al final de su trayectoria pública contemple la posibilidad de volver al mundo
de los negocios en una eléctrica, ¿está moralmente legitimado para decidir sobre
otro tipo de energías alternativas?
Situado el escenario, voy al meollo de este post: la
tendencia creciente de acaparamiento de tierras en países desfavorecidos por
parte del “primer mundo”. Los inversores, sean privados o públicos (estos
resultan, aún si cabe, más despreciables) afirman que la apropiación de tierras
puede ayudar a aliviar la crisis alimentaria mundial, al facilitar el potencial
agrícola no utilizado en estos territorios.
En teoría, suena bonito. Pero, claro, en cuanto se rasca un
poco aparece lo que nos podríamos temer los más escépticos. De acuerdo con Land
Matrix, unos 130 millones de hectáreas de terrenos agrícolas han sido adquiridos
en este tipo de transacciones durante los últimos 15 años. Y añade otro dato
revelador que sirve de muestra: en el sur de Sudán, el país que acumula el
mayor número de operaciones de este tipo, la tierra se ha vendido por tan sólo 0,025
centavos de dólar por hectárea.
Observando estas cifras se me vienen a la cabeza aquellos
tiempos, no tan pretéritos, de los señoritos feudales acaparadores de terrenos
en los que repartían migajas entre los siervos a cambio de poco o menos.
¿Estamos de vuelta a eso?
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