La Agricultura (con mayúscula) no es un sector como
cualquier otro. Es, nada más y nada menos, que el responsable de alimentar a
una población en continuo crecimiento. Trabaja por y para la gente, porque se
ocupa de algo vital como es su alimentación. Y, además, sirve de herramienta de
vida para mucha gente de las sociedades avanzadas e, incluso, supone la única
vía de subsistencia en determinadas áreas del planeta.
Ningún otro sector puede presumir de todo esto. Es algo
de lo que hacen bandera, justamente, las más importantes multinacionales que
participan en él. Recientemente, un alto ejecutivo de una de ellas afirmaba,
orgulloso: “Trabajamos para las personas”.
Pero, ¿qué guarda en su interior esa frase que parece
sacada de cualquier departamento de marketing, no necesariamente del sector
agrícola? Cada cual tendrá su opinión o, mejor dicho, su “visión” (otro término
muy empleado por esos mismos departamentos). Lo que parece claro es que trata
de tocar la fibra sensible del destinatario, con un mensaje claro, directo y
conciso, como gusta en los ámbitos de la comunicación.
Hasta ahí puede valer y es fácil coincidir en su
aceptación como eslogan, aunque pueda contener aires comerciales. Lo llamativo
vino pocos minutos después cuando ese mismo directivo apostó por que “en pocos
años” tendremos en los campos grandes equipos (cosechadoras, tractores)
trabajando de forma autónoma sin necesidad de conductor. Ya se han presentado
en Europa soluciones tecnológicas que caminan en esa dirección. También los
drones, o vehículos aéreos no tripulados, comienzan a posicionarse como otra
herramienta de futuro, aunque su eficacia en el campo agrícola aún está por
demostrar.
¿Esto es pensar en las personas? ¿Viajar a velocidad de vértigo hacia un futuro donde la máquina sea capaz de trabajar sin necesidad del hombre (o por lo menos de un hombre por cada máquina)? Que se lo planteen, e incluso lo hagan otros sectores industriales, puedo llegar a comprenderlo. Pero que la Agricultura participe también de esa envenenada evolución, me da pena, por no decir Asco (con mayúscula).
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