Con la
llegada del verano, vuelven los incendios forestales. Un drama que en Europa asola
mayoritariamente a unos pocos países de la zona sur, especialmente España,
donde cada año arden decenas de miles de hectáreas con su correspondiente impacto
sobre el medio ambiente y la agricultura.
Los
expertos dicen que los incendios comienzan a prevenirse en invierno, con la limpieza
de bosques, una actividad que debería hacerse con extrema pulcritud para
afectar lo menos posible el desarrollo natural del área que se pretende
proteger. También se llevan a cabo campañas de concienciación –y educación– de
la población, dado que la mayoría de los incendios son provocados por la mano
del hombre, ya sea de forma intencionada o fortuita.
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Cabezal para maíz de John Deere. |
En los
últimos años, y este no parece una excepción, se viene señalando a los agricultores
como foco originario de muchos incendios. Unas veces por quemas inadecuadas de
rastrojos, otras por lo que se considera una incorrecta utilización de las
cosechadoras de cereales.
Ante
todo, conviene dejar claro que nuestro Estado de Derecho se apoya en la presunción
de inocencia, por lo que para acusar de un delito se deben aportar las pruebas
correspondientes. Decir a bote pronto ante una catástrofe de este tipo que se
debe a que todo arranca en la chispa provocada por el cabezal de una
cosechadora al impactar con una piedra, es cuando menos atrevido. Probable, sí,
pero atrevido.
Manejar
una máquina de este tipo no está al alcance de cualquiera. Es un monstruo de
muchas toneladas de peso, que trabaja a destajo precisamente en la época del
año cuando mayor es el riesgo de incendios. Y, de momento, tendrá que seguir
siendo así por mucho que disguste a ciertos sectores de población urbana.
Pero,
¿por qué no se aborda de una manera clara y tajante este asunto? Habría que
legislar al respecto, con todas las partes implicadas, para buscar soluciones dirigidas
a reducir los daños. Los avances tecnológicos abren posibilidades que antes no
existían.
En los
últimos años venimos observando la “obsesión” europea por reducir las emisiones
de los motores de vehículos agrícolas, por equipar sistemas de frenado más
seguros… En definitiva, normativas que buscan la seguridad del operador y el
respeto máximo por el medio ambiente.
No
estaría mal mostrar un recelo similar ante la problemática del uso de las
cosechadoras en zonas de riesgo de incendio. ¿O es que este
problema no se aborda de raíz porque queda lejos de los grandes centros europeos
de decisión?